En la cultura egipcia ha habido múltiples Dioses, los
que llamamos Faraones. Qué tal aquél que creía que podía hacer que el mundo se
conformara de una raza perfecta. O aquellos capaces de crear vidas de formas no
naturales, no comunes, como la clonación o la inseminación artificial.
Es grande la variedad de Dioses terrenales, e innumerables
sus poderes. ¿Recuerdan aquel del cine, de una película en el año 1910? ¿El que
dio vida a la unión de restos humanos a través de la electricidad? El resultado
de esa “diosdada” tiene un nombre: Frankenstein.
Un gran clásico de la ciencia ficción.
Víctor Frankenstein, el Dios de esta película, busca
una forma de volver de la muerte; para ello, mientras está estudiando medicina
en Inglaterra, realiza una serie de experimentos para devolver cuerpos a la
vida basándose en otros estudios que había hecho uno de sus profesores, para el
momento ya fallecido, en los que se descubrió que los cuerpos se podían mover con
electricidad.
Codicia, amor, arrogancia, desesperación, cualquier
motivo es válido para dar explicación a la faena de Víctor, pero la realidad es
que el resultado no fue lo que esperaba.
Los miembros que componían a la criatura estaban
seleccionados con la intención de que esta fuera hermosa; en cambio, era
horrible. Sus movimientos no eran fluidos, todo él era grotesco, su color de
piel, no lo sé, creo que vi la película en blanco y negro. Mas, a juzgar por el
desprecio y el abandono de Víctor, su creador, su Dios, no debía ser agradable,
pero aún así tenía sentimientos.
El rechazo de su creador y del resto de las personas hizo
que Frankenstein se rebelara contra la sociedad y, sobre todo, contra su Dios.
Todos aquellos Dioses terrenales han pagado de alguna
forma sus “diosdades”, Víctor no está
exento de esto, él también lo tuvo que pagar… ¿que cómo?... te invito a ver la película
y lo comprenderás, pero eso sí… tú llevas las chucherías.
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